13 de septiembre de 2014

POR UN BESO

Por mi profesión (sociología) y por mi ocupación (profesor) he podido tener el gusto de trabajar con un sector poblacional poco abordado desde las ciencias sociales y desde las propias políticas públicas: los adolescentes, aquellas personas entre 14 y 18 años que adolecen (de ahí el nombre) de múltiples problemas y que deben enfrentar las dificultades que este mundo tan cambiante y pos moderno le presentan y que, los que somos del siglo pasado, no experimentamos: individualismo, consumismo, Internet, pérdida de fe en en progreso, diversidad, vivir el "aquí y ahora", pérdida de visión de futuro, etc.

Todas estas dificultades se ven doblemente imposibles de superar si se tiene un sistema social perverso que condena las diferencias y que intenta cambiarlas y/o ajustarlas a lo que la sociedad considera "normal"; otro de los grandes aportes de mi profesión a mi persona fue el brindarme la apertura para entender y respetar el hecho de que no todos pensamos igual, que no todos hemos tenido la misma formación o hemos accedido a las mismas oportunidades. La sociología no solo nos enseña a analizar la sociedad, sino a analizarnos a nosotros mismos dentro de la sociedad y a aprender comportamientos que conlleven a mejores relaciones sociales.

Pero, ¿qué pasa cuando este perverso sistema aplasta a los sujetos?. Hace un mes un adolescente colombiano, Segio Urrego, se vio obligado a tomar la decisión más drástica que un ser humano puede tomar: suicidarse. Los hechos sucedieron más o menos así: Sergio fue sorprendido por un profesor de su colegio mientras, como todo adolescente moderno, jugaba con su celular, al decomisar el celular, el docente revisó lo que había en él: una foto de Sergio dándose un beso con su enamorado; si, Sergio era homosexual. El espantado profesor no dudó en reportar el hecho a las autoridades del colegio quienes decidieron convocar a los padres de ambos muchachos y llevarlos a tratamiento con el psicólogo del plantel (como si la homosexualidad fuese una enfermedad y/o trauma que puede y debe ser solucionado o curado). De hecho, tan grave fue considerada la "falta" que se condicionó el reingreso de los adolescentes a "reportes satisfactorios del departamento de psicología"; es decir, que solo podrían regresar a estudiar si el psicólogo declaraba que "estaban sanos y normales". Obviamente los padres de Sergio no aceptaron ese acuerdo, si bien es cierto ellos no sabían de la homosexualidad de su hijo, cuando fueron informados de ésta por las autoridades del colegio, la tomaron con toda normalidad y apoyaron a su hijo en todo. Lo mismo no ocurrió con la familia de su enamorado, quienes tomaron la decisión de demandar legalmente a Sergio por "acoso sexual" y "conductas inmorales", instigados por los profesores y directora del plantel.

Días antes de tomar la triste decisión de quitarse la vida, Sergio Urrego posteó en su muro de Facebook una imagen que decía "Mi sexualidad no es mi pecado, es mi propio paraíso. No soy tu chiste"; haciendo presagiar un triste final. Según amigos allegados a él y a su familia, Sergio tomó la decisión no por vergüenza, sino como un acto de protesta hacia el sistema que lo juzgó y condenó con las leyes más severas y más duras: las leyes sociales y morales. Como bien lo menciona Salvador del solar, en un artículo publicado en El Comercio, "Nada de esto hubiera sucedido si Sergio apareciera en la foto besando a una chica. Ni el reporte del caso, ni el panel de docentes, ni las escalofriantes denuncias. Nada. Pero un beso entre dos muchachos es capaz todavía de poner en marcha una hostil maquinaria institucional, vergonzosamente alimentada por el pánico que hay detrás de todo fanatismo".

¿Hasta cuándo nuestro continente seguirá justificando y avalando institucionalmente actitudes y acciones que atentan claramente contra los derechos fundamentales de las personas? Hace dos años, Daniel Zamudio, adolescente chileno, fue masacrado por un grupo de criminales, solamente por ser homosexual. Nuestra preocupación, en materia educativa, está orientada a tener docentes mejor preparados y mejor pagados, por tener lo mejor en infraestructura y equipamiento y en formar los mejores cuadros técnicos y/o profesionales, pero, ¿y el componente humano?, ¿la formación humanística, en principios y en valores? ¿Acaso no es responsabilidad del Estado poder garantizar no solo la formación de buenos profesionales, sino de buenas personas?

En el Perú no se han reportado casos similares a los de Sergio o Daniel, pero no denunciados o no reportados no quiere decir, necesariamente, que no existan; sobre todo en las zonas donde el Estado llega muy poco o no llega. La discriminación y el tan mentado bullying son pan de cada día en colegios y universidades, y cientos o miles de nuestros adolescentes sufren en silencio, por el temor al "qué dirán". Solo cuando tengamos un Estado realmente comprometido con la defensa de los derechos de los seres humanos y una sociedad abierta a las diferencias y que las respete podremos respirar tranquilos de que nuestros niños y adolescentes tendrán un mejor país en el cual puedan vivir de manera libre y feliz,