26 de abril de 2014

CAMINO A LA SANTIDAD: ACCIÓN Y OMISIÓN

Para muchas personas, y me incluyo, el camino a la santidad es algo imposible. No es impensable poder seguir el ejemplo y alcanzar a personajes como San Martín, Santa Rosa, San Juan, San Antonio, San Bruno, Santa Rita, etc. Más aún si consideramos la sociedad plagada de tentaciones en la que vivimos y que seguramente haría caer hasta al más devoto de los anteriores. Pero, al conocer la biografía de muchos santos, nos podemos dar cuenta de que su vida no fue nada santa, y de hecho distan mucho de lo que hoy tomaríamos como una vida de "ejemplo moral y ético" para sus prójimos.

Está demás decir, por ejemplo, que tanto San Agustín de Hipona como San Francisco de Asís tuvieron una juventud marcada por los vicios terrenales. Ambos, provenientes de familias adineradas, no tenían reparos en hacer gastos en banalidades, bebidas, etc. Recomendaría en este punto la lectura de las Confesiones de San Agustín, en las que relata exactamente esa etapa de su vida: los errores y pecados que cometió, los vicios mundanos que padecía, la falta de respeto y desobediencia hacia sus padres, el trato hacia las mujeres que tenía, etc., hasta que se convirtió al cristianismo y hoy es santo y doctor de la iglesia católica, y uno de sus Padres.

Santa Rita de Casia escapa del paradigma clásico de monja de convento, ya que a pesar de haberse casado muy joven y de haber tenido hijos (es decir, de haber "vivido" lo que cualquier mujer de su época hubiera vivido) una vez viuda y muertos sus jóvenes hijos, escuchó el llamado de Dios, Rita fue aceptada en el convento donde sufrió los estigmas de Cristo y vivió hasta su muerte en oración y contemplación.

Analizando bien los casos, creo que no hay santos, de hecho solo cristo nació sin pecado y murió sin él; todos nosotros somos pecadores, está en la condición humana fallar y hacer lo que se nos prohibe, pero un santo es aquella persona que a pesar de sus pecados, errores y faltas es capaz de superarse, es capaz de cambiar y de darle un giro a su vida (para bien), por eso Agustín y Francisco son santos.

Topo esto viene a propósito de que mañana en el Vaticano se sucederá un hecho sin precedentes en la historia: dos Papas (el Papa emérito Benedicto XVI y el Papa Francisco) canonizarán a los Beatos Juan XXIII y Juan Pablo II, en lo que se ha llamado "El día de los 4 Papas".

La prensa y los medios se han enfocado más en la figura de Juan Pablo II (recientemente fallecido y beatificado), y es que no se podía esperar menos para un Papa tan mediático como el polaco; sin embargo muchos católicos no estamos de acuerdo con dicha canonización por un punto fundamental: el silencio cómplice que Juan Pablo II mantuvo durante todo su pontificado ante las acusaciones y denuncias de abusos a menores de edad. El caso más palpable fue el del padre Marcial Maciel, quién en décadas abusó sexualmente de varios de sus seminaristas y a quien el Papa viajero llego a poner de "ejemplo para la juventud".

Sin embargo, me siento feliz de que se canonice a Juan XXIII, el verdadero reformador de la Iglesia católica y "Padre de la Iglesia Moderna". Sus encíclicas, con alto contenido social y la convocatoria al Concilio vaticano II marcaron un punto de quiebre en una institución que estaba, literalmente, en los cielos, y que gracias al Papa Bueno descendió y se acercó a los pobres; a pesar de su avanzada edad y de ser considerado por los propios cardenales que lo eligieron como un "Papa transitorio" en sus pocos años de pontificado transformó radicalmente a la iglesia. Su marcada predilección por los pobres, su comportamiento humilde, su ayuda a miles de judíos perseguidos por los nazis y su exitosa intervención en la crisis de los misiles en Cuba, son méritos suficientes para ser elevado a los altares.

El Papa Francisco ha tomado la decisión de canonizar a ambos, incluso rompiendo ciertas reglas para ambos casos (la temporalidad y los milagros), pero es una atribución que el Papa tiene. Pienso que en Juan XXIII hay un claro ser humano, con errores y debilidades, que tuvo un comportamiento humano y humilde en la Tierra lo que se reflejó en el gran cariño de la gente; sin embargo en Juan Pablo II hay también un comportamiento humano, hay errores pero no hubo acción. 

Para bien o mal y contracorriente Juan XXIII inició la reforma de la iglesia, actuó para cambiar las cosas que encontró. Para bien o mal y siguiendo la corriente Juan Pablo II no hizo nada respecto a las acusaciones de pedofilia al interior de la Iglesia o para reformarla. Los pecados y faltas (religiosas) son "de pensamiento, palabra, obra y omisión); el no haber hecho lago, pudiendo hacerlo es también un pecado.

6 de abril de 2014

ENTREVISTA A ZYGMUNT BAUMAN

Esta nueva propuesta abre sus puertas a bandas locales y a los amantes del género. Leeds. Una casa de clase media a las afueras de Leeds, ciudad industrial del norte de Inglaterra. Un jardín poco cuidado y una luz temblorosa colgando del dintel de la puerta. Un salón pequeño lleno de libros. Y al fondo, un señor mayor, alto, flaco y con una mata de pelo blanco sin peinar que le cuelga a los lados de la cabeza mientras fuma pipa.

Zygmunt Bauman, polaco exiliado en Inglaterra desde los años 70 y catedrático emérito de la Universidad de Varsovia, es uno de los sociólogos más influyentes de Europa.

Bauman, de 89 años y premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales, sonríe, contesta con pasión sobre desigualdad, consumismo y la búsqueda humana de la felicidad. Hasta que oscurece, 30 minutos después del tiempo pactado, y le dice al periodista: “¿No estará usted cansado?”.

Usted sostiene que el crecimiento económico solo beneficia a una minoría.
El crecimiento económico no es un buen medidor del desarrollo económico. No tiene en cuenta cómo se distribuye el dinero. Hace unas décadas, en Europa hablábamos de un 10 por ciento rico, un 10 por ciento pobre y unas enormes clases medias. Ya no es así. Ahora es el 1 por ciento, 85 personas acumulan tanta riqueza como el 50 por ciento de la población mundial.

¿Vamos hacia sociedades más desiguales?
Siempre hubo desigualdad. Nunca hubo una sociedad completamente igualitaria. Pero si exceptuamos un pequeño período tras la Segunda Guerra Mundial, hace mucho tiempo que la desigualdad no hace más que aumentar.

¿Cómo afectó la crisis?
Después del colapso financiero del 2007 y el 2008 hubo una cierta recuperación económica. En Estados Unidos esa recuperación fue clara, pero el 1 por ciento más rico de EE. UU. se apropia desde entonces del 93 por ciento del resultado de esa recuperación.

Muchos países sufren tasas enormes de desempleo juvenil…
Lo que hará aumentar más esa desigualdad. La generación ahora joven es la primera en mucho tiempo, tal vez en siglos, que no conseguirá siquiera el nivel de vida de sus padres. Antes, cada generación estaba segura de que empezaba su vida desde el nivel que habían alcanzado sus padres.

¿Serán eso que usted llama el “precariado”?
Hace 20 o 30 años había una clase pobre y una élite. Pero en medio estaba la mayoría de la población, las llamadas clases medias, que vivían relativamente bien y prosperaban. Esas clases medias están siendo tremendamente afectadas en los últimos años. Lo más distintivo de la caída de las clases medias es la precariedad, la inseguridad, el miedo, la incapacidad para tener confianza en el futuro, para mantener su nivel de vida.

Muchos sociólogos dicen que esa clase media es el sostén de la democracia.
La democracia moderna se hizo a la medida de las clases medias. La aristocracia tiene su posición social garantizada, así que no necesita avanzar. Los más pobres no podían avanzar, pero las clases medias sí, y ese fue el gran impulso de las sociedades democráticas modernas. Cada joven de clase media tenía que recrear con su esfuerzo, talento y trabajo la posición que había conseguido su familia. Había presión para actuar en sociedad, compromiso de participación política y confianza de vivir en un mundo de relativa seguridad, de perseguir su propia felicidad. La democracia moderna funcionaba y se alimentaba de esas gentes de las clases medias.

¿Y cuál es el cambio?
Hoy vemos un fenómeno preocupante: la élite política ya no habla el mismo lenguaje que la gente y presta poca atención a sus problemas reales. Eso está generando un divorcio entre poder y política.

¿La gente se está cansando de la política?
Pero se debe a ese divorcio. Poder es la capacidad de hacer cosas, política es la capacidad de decidir qué cosas hacer, de elegir. Los gobiernos tienen políticas, programas, pero no el poder para aplicarlos. Antes, los gobiernos tenían el poder y hacían política. Eso ya se acabó porque el poder emigró y es global, pero la política sigue siendo tan local como hace 400 años. La política no tiene poder y el poder no tiene control político. En esa situación, las clases medias cada vez influyen menos, y eso es un peligro mayor para la democracia.

Hay más desigualdad, pero en muchos países de América Latina la clase media está creciendo.
Sí, hay algunos avances, pero no soy optimista. Brasil consiguió parar el crecimiento de la desigualdad y sacó de la pobreza extrema a varios millones de personas, pero son excepciones y no durará porque la soberanía de estos países es limitada. No hay un solo país en el mundo que tenga verdadera soberanía económica. Ningún gobierno puede defender a su población de una tendencia que es mundial y a la que no se pueden poner barreras, por lo que no habrá grandes diferencias en los procesos sociales entre diferentes países. Simplemente porque las fronteras no te protegen del impacto de las fuerzas sobre las que no tienes control.

¿Cree que hay riesgo de involución del concepto de unidad europea?
Que 18 países compartan una moneda es increíble, la historia nunca vio algo así, pero su estructura está mal diseñada y así no durará mucho tiempo. Estamos en un momento de reforma y transición, Europa está en una encrucijada.

¿La eterna pelea entre federalistas y antifederalistas?
Algo así, pero que va más allá. Hay países que quieren recuperar competencias. Empujan hacia una nacionalización. La otra tendencia es la federalista, pero es muy difícil porque va contra la idea de las soberanías que ha gobernado a Europa desde hace siglos.

¿Un callejón sin salida?
En estas condiciones, habría que ir hacia un modelo que produzca soluciones globales a los problemas producidos de forma global. Teóricamente, en algún momento en el futuro podrían empezar a verse soluciones globales, pero para eso harán falta instituciones democráticas globales, un parlamento global elegido, una corte suprema global que decida lo que es justo y lo que es injusto, y alguna especie de poder administrativo.

Eso parece estar muy lejos…
Sí, pero Europa está en algún sitio a medio camino. Ya no existen aquellas soberanías nacionales bien delimitadas. Europa muestra que los países pueden cooperar y no solo competir. El escritor sudafricano J. M. Coetzee escribió que “no fue una decisión de Dios, ni una necesidad natural, que los países compitieran unos con otros, podrían cooperar en beneficio mutuo”.

Europa es un laboratorio en el que se están definiendo los métodos para que los países puedan manejarse en ese nuevo mundo. Creo que Europa está jugando un papel muy importante en este momento de la historia, porque cooperar es lo que el mundo necesita más que nunca para asegurar el futuro de la humanidad.

Usted asegura que el consumismo nos cambia. ¿Cómo lo hace?
Esta sociedad de consumidores asume que para cualquier problema social su primera respuesta es el crecimiento del producto interno bruto (PIB) y el consumo.

Si quieres ser feliz, cómprate algo. Si quieres hacer feliz a tu hijo o a tu mujer, cómprales algo. Pero esto genera dos problemas. Se asume que no hay límites naturales a la producción, pero es falso porque nuestro planeta tiene recursos limitados.

Y se olvida que hay otras formas de ser feliz sin crecimiento económico y sin consumir, porque además la mayor parte del provecho del crecimiento económico se la llevan los más ricos. Este crecimiento podría sustituirse con redistribución, que mitigaría este absurdo nivel de desigualdad. Se puede usar la riqueza del planeta de una forma más racional, más sabia, más moral.

¿Y dónde estaría la felicidad?
Simplemente valorando el placer del trabajo bien hecho, el placer de cooperar, de ayudar al vecino. El placer que da la familia, pero estamos olvidando cosas así de simples. Los niños desde una edad muy temprana, reciben toda clase de adoctrinamiento ideológico para que consuman.

Usted creó la teoría de la sociedad “líquida”, que define como aquella “en la que las condiciones de actuación de sus miembros cambian antes de que las formas de actuar se consoliden en unos hábitos y en unas rutinas determinadas”. En estas sociedades líquidas, ¿cómo hacemos para crear relaciones sólidas?

Ese es el gran asunto, pero desgraciadamente no tengo la receta. Solo digo que hay dos valores indispensables para dignificar la vida humana: seguridad y libertad. Necesitamos los dos. Seguridad sin libertad es esclavitud, y libertad sin seguridad es el caos.

Pero hoy se daña la seguridad económica en nombre de la libertad económica…

La importancia de esta combinación la dio lord Beveridge (jefe del comité que diseñó el welfare –estado benefactor– británico después de la II Guerra Mundial). Redactó un informe que se aplicó para crear las instituciones del welfare: educación y sanidad gratuitas, salario mínimo, viviendas sociales… Y duró décadas. Lo importante es que él no era un socialista. Era un liberal, pero creía que el welfare era la corona del movimiento liberal.

Hoy no se entiende así…

El movimiento liberal original era sobre libertad individual, pero para tener libertad individual, para ser realmente libres todos necesitan una seguridad básica. Si estás luchando por el pan, no eres libre.

¿Qué le parece lo que sucede en Venezuela?

El presidente actual no tiene el carisma que tenía el expresidente Hugo Chávez y la situación económica es peor. Es un proceso muy doloroso para gran parte de la población. Fue un país muy desigual hasta la llegada de Chávez. Quisieron darle la vuelta, y cuando haces eso dañas a alguien, alguien gana y alguien pierde.
FUENTE: Ssociólogos

1 de abril de 2014

POR UNA POLÍTICA DE INCLUSIÓN SOCIAL

Esta semana ha sido muy fructífera en cuanto al proceso de agendación de una política pública en específico: "La ley de Unión Civil entre personas del mismo sexo". Era de esperarse la actitud de los sectores más ortodoxos y "conservadores" (cuando les conviene) de la sociedad, entre ellos la Iglesia católica y evangélica; sin embargo, muy aparte de las posiciones retrógradas y discriminatorias de quienes nunca han respetado los derechos humanos ("ya que son una cojudez"), lo rico e importante ha sido el debate generado, la agendación de dicha política por parte del Estado (laico) peruano, con sendos informes del Ministerio de Justicia y Derechos Humanos, la Defensoría del Pueblo y La comisión de justicia del Congreso.

Debo manifestar, por si las dudas, que soy católico y que estoy totalmente de acuerdo en "La ley de Unión Civil entre personas del mismo sexo", es decir la forma de convivencia familiar en que, una pareja  vive junta de forma estable y conyugal, con todos los derechos y deberes propios de tal condición. Es justo y necesario ya que este tipo de reconocimiento y unión no es solamente una cuestión sentimental y amorosa, es un cuestión de legalidad, Estado y respeto a los derechos humanos. Desde el punto de vista médico otorgaría al individuo el derecho de tomar decisiones sobre la vida de su pareja; desde el punto de vista económico otorgaría el derecho a la herencia, pensiones y otros beneficios económicos. Los "rituales" que realizan algunas parejas homosexuales en las que se prometen amor y respeto son eso rituales, y no representan ningún compromiso legal que garantice los derechos y deberes mencionados líneas arriba.

Nuestra sociedad es aún muy heterodoxa en estos temas, por lo que creo que legalizar este tipo de uniones sería un buen paso, pero ir avanzando de poco en poco garantizará una mayor comprensión de la sociedad.

Cuando uno firma un contrato laboral, de alquiler, etc., lo hace conociendo las reglas y cláusulas a las que se compromete a respetar y obedecer. Pensar que la Iglesia Católica reconocerá esta unión es imposible, es una ilusión creer que lo va ha hacer ya que las mismas escrituras de la Biblia lo prohíben, por eso critico a los católicos homosexuales que proponen y creen que la iglesia los apoyará en esta lucha. Pero esto no le da derecho a nadie, así sea de la más alta jerarquía eclesiástica, a maltratar, insultar y denigrar a la persona humana sea cual fuese su orientación sexual. Hay modos de hacer las cosas.

En conclusión, cada uno es libre de hacer lo que mejor le parezca con su vida, ojo no confundir libertad con libertinaje porque la libertad es ser libres para hacer lo que queramos siempre y cuando no afectemos ni perjudiquemos a nuestros semejantes; hacer lo que creamos que esta bien, dentro de las normas y leyes (jurídica, morales y sociales) que rigen nuestro comportamiento. 

Siempre lo he dicho y es algo que he creído, lo importante es tratar de ser felices, y por un sentido mínimo de respeto y solidaridad, nadie puede oponerse a eso, nadie.