23 de abril de 2013

ENTREVISTA A HILLEL SOIFER

Según sostiene, los aparatos de gobierno latinoamericanos pueden ser clasificados como débiles o fuertes a lo largo de su historia republicana, sin importar las coyunturas económicas o los regímenes políticos. Bajo su criterio, el Perú es catalogado como débil. El investigador y politólogo Dr. Hillel Soifer visitó la PUCP para dictar la conferencia “¿Por qué persiste la debilidad y fortaleza de los Estados latinoamericanos? Una explicación desde la historia y la política”, organizada por la Escuela de Gobierno y Políticas Públicas.

¿Qué sucede con países que a través de la historia han cambiado drásticamente, como el Perú?
La economía ha cambiado mucho aquí y el sistema político en términos de régimen ha cambiado después de la dictadura de la década de los 90, pero cuando yo hablo de Estado no hablo del régimen, la saludo la economía, sino del aparato de gobierno y su capacidad de implementar sus leyes y sus políticas, de llegar a cualquier punto del país e implementar políticas de control y provisión. Eso no ha cambiado y se puede ver, por ejemplo, en el nivel de analfabetismo en muchas partes del país, en el tema de la inseguridad, que ahora es grave, en que la gente no paga impuestos. En eso hay una continuidad.

En este contexto, ¿qué países latinoamericanos reconoce como débiles o fuertes?
Chile, México –a pesar de la crisis de violencia–, Uruguay, Costa Rica y Argentina –donde, actualmente, el Estado parece caer en crisis– son los que reconocería como fuertes. Los débiles son Paraguay, Bolivia, Colombia, Ecuador y también pondría a Perú, a pesar de los cambios y las mejoras actuales.

¿Por qué se da la diferencia en países que comparten un mismo origen histórico?
Primero, por la contraposición del gobierno y las élites locales; y segundo, por las ideas de los liberales en el siglo XIX. El liberalismo fue desarrollista en algunos países, con el Estado cumpliendo un papel central en la construcción de la sociedad, y en otros casos fue de corte neoliberal, antiestadista.

¿Qué pasó con el Perú?
La clave está en lo que pasó en provincias. En el siglo XIX, la educación, los impuestos y la conscripción militar eran los ejes fundamentales del Estado. Al tratar de crear escuelas, reclutar soldados y recaudar impuestos, en lugar de mandar oficiales desde Lima a provincia se entregaron los puestos de administración a gente con poder en las comunidades locales (los gamonales), y esa gente no tenía el mismo compromiso con el proyecto estatal y no hizo su trabajo.

¿Y por qué sostiene que la debilidad del Estado ha persistido en nuestro país?
El hecho de que el Estado haya sido débil por tanto tiempo forma las estrategias y expectativas de la gente en la sociedad. En cuanto estrategia, me refiero a qué hace la gente cuando tiene una necesidad: ¿la resuelve o busca ayuda estatal? Por ejemplo, cuando llegó gente de provincias a la capital entre los 50 y 60, en vez de pedir ayuda al gobierno para construir casas, edificaron ellos mismos y luego gobernaron sus distritos por sí mismos, me refiero a la invasiones.

¿Cuál fue el papel del Estado en este proceso?
El Estado solamente toleraba. Por su parte, los dueños de las tierras invadidas tampoco iban al Estado para pedir ayuda, sino que trataban de negociar con esta gente o contrataban fuerzas particulares para intentar echarlos. Cuando el Estado es débil, la gente soluciona el problema por su cuenta y el Estado sigue débil. Esto se sostiene en las respuestas a grupos paramilitares, problemas de vivienda, conflictos rurales (sociales) y desastres naturales.

¿El Perú podría desarrollar un mejor aparato de gobierno?
Yo diría que hay dos obstáculos para el cambio. El primero es que la gente de aquí ha encontrado soluciones a sus problemas, imperfectas, pero son soluciones, como, por ejemplo, las combis en el transporte. Y ya que se han encontrado estas soluciones, cuando el Estado trata de actuar sobre esto es visto como un actor extraño que no comprende la situación. En segundo lugar, hay un problema desde el Estado. Intentar una reforma para construir un aparato de gobierno no es algo que toma solo dinero, sino décadas de tiempo. ¿Cuándo los gobernantes planean a largo plazo? Solo lo hacen cuando están seguros de seguir en el poder hasta ver los frutos. Entonces, la ironía de la situación es que, algunas veces, la democracia es obstáculo a los grandes cambios, en particular si no tiene partidos ni continuidad.

No ha nombrado a un actor que toma protagonismo en estos días, que es Venezuela.
El caso del Estado venezolano es complicado, porque no se puede hablar de una continuidad ahí. A la mitad del siglo XX llegó el petróleo y cambió todo, es un caso único en Latinoamérica por la cantidad de dinero que llegó al Estado, que cambió, incluso, a la sociedad. Muchos académicos que estudian el caso afirman que es un Estado con muchos recursos, pero que es muy débil. Se habla en las ciencias sociales de la maldición de los recursos cuando las rentas del Estado vienen directamente de un externo y no tiene que recaudar impuestos, porque no llega a desarrollar su capacidad de controlar y regular. Esto es lo que pasa en Venezuela, en la crisis de los 80 se pudo ver claramente que es un Estado bastante débil.

FUENTE: PUCP

19 de abril de 2013

¿DÓNDE ESTÁ LA DEMOCRACIA?


Mario Moreno "Cantinflas" en una de sus muchas películas, dice: "Aquí o hablamos todos o no habla nadie, sino, ¿dónde está la democracia?" Tomo esta frase en el contexto actual que vive Venezuela en particular y América Latina en general. Luego de las elecciones presidenciales en el país del norte, el presidente encargado y amigo íntimo del extinto Hugo Chávez, Nicolás Maduro, obtuvo la victoria con un ajustado márgen , frente al opositor Henrique Capriles. El tema no pasaría de ser algo interno sino fuera por la escandalosa puesta en escena de la campaña electoral, la misma que se vio marcada por la abundante propaganda, tanto televisiva y escrita en favor de Maduro y los constantes ataques contra Capriles. La situación sería otra si el control de varios medios de comunicación, instituciones públicas, etc. no estuvieran en manos del oficialismo, etc; pero esa es otra historia, vayamos al ciertos puntos.

El poco margen con que supuestamente Maduro ha ganado nos muestra, en la realidad, una de las principales preocupaciones de Max Weber respecto al líder carismático; según la teoría weberiana de la legalidad carismática, este tipo de líderes logra legitimidad por sus condiciones "sobrehumanas" que lo hacen único y diferente al resto del pueblo, el pueblo al verse castrado de estas cualidades refleja en este líder esas cualidades y lo considera el elegido; Weber pensaba que el problema iba a llegar cuando dicho líder moría, existe, según Weber, una total incapacidad de este líder para poder dejar un heredero de todas estas cualidades extraordinarias, de tal forma que el pueblo continúe con su proyecto político; esto es lo que ha pasado en Venezuela, Maduro no ha llegado a los 10 millones de votos que le prometió a Chávez frente a su féretro.

La capacidad política de Maduro está clara, no está preparado para dicho cargo y lo demuestran sus primeras declaraciones cuando recibió sus credenciales prometió un reconteo de votos, con una voz entrecortada y con una mirada de no creerse el ganador; al día siguiente anuncia que los resultados se respetan y que no habrá ningún conteo; en el congreso venezolano, Cabello manda a callara a la oposición argumentando que "si no reconocen a Maduro como presidente no tienen derecho a hablar"; es decir, que para el señor cabello cerca del 50% de los electores (que votaron por Capriles) no merecen ser escuchados?.

La actitud y posición de los demás países latinoamericanos es vergonzosa, con una reunión de UNASUR en Perú,  le dan su respaldo a Maduro olvidando que muchos de esos países, incluido el Perú, pasaron por situaciones similares de dictadura, corrupción, control de medios de comunicación, etc. Acaso no hemos aprendido nada? Acaso se olvidan nuestros gobernantes que lo que mal empieza mal acaba? La historia está repleta de ejemplos que no me dejarán mentir. Punto aparte merecen los políticos peruanos, en especial los fujimoristas, quienes ahora se razgan las vestiduras y levantan su voz de protesta, en contra de la "dictadura izquierdista venezolana", ¿qué dijeron cuando se instauro la dictadura de Fujimori?, Acaso la señora Keiko, que hoy reclama por la democracia en Venezuela, no formó parte de la dictadura más corrupta de los últimos años? Por favor que no se venga ahora con actitudes de santa que no le quedan.

Finalmente una llamada de atención a los intelectuales latinoamericanos que miran desde otros lugares del mundo el problema, que lo critican, pero que no hicieron nada por evitarlo, ¿cuál es pues el rol de los intelectuales? Escucho, entre risa y preocupación, en el discurso de Maduro que piensa crear el "Instituto de Altos Estudios del pensamiento y obra de Hugo Chávez" ¿qué ha hecho Chávez para ser digno de que estudien sus ideas? Maduro intenta hacer lo que Chávez no pudo, en términos weberianos, formar a las nuevas generaciones en las cualidades de este "superhombre" para que lo sigan adorando y no cuestionen las decisiones que sus "herederos" tomen. 

Democracia implica respeto por la decisión de la mayoría, pero también respeto a la minoría que no se vio favorecida, democracia significa libertad, democracia significa consenso, diálogo. Estas responsabilidades les compete tanto al oficialismo como a la oposición. En Venezuela, ¿Dónde está la democracia?

10 de abril de 2013

ROBERT CASTEL, EL SOCIÓLOGO DEL TRABAJO

Hacia la segunda mitad de la década de 1990 se publicaron tres obras cruciales: La globalización, de Zygmunt Bauman, El fin del trabajo, de Jeremy Rifkin, y Las metamorfosis de la cuestión social, del sociólogo francés Robert Castel, recientemente fallecido. La lectura comparativa de estos libros permite trazar las coordenadas que explican el mundo laboral actual, los efectos sociales de las crisis europeas y aun las ráfagas de optimismo que de a ratos soplan sobre América Latina.

Castel consideraba que si la sociología tiene algún sentido, éste radica en su capacidad para hacer diagnósticos, como si el sociólogo fuera el médico de ese cuerpo humano colectivo que constituye un pueblo y, al establecer la naturaleza de una enfermedad, abriera un camino posible para su cura. No obstante, en el ejercicio de su arte desconfiaba de este aspecto prescriptivo, que asociaba con la profecía, y la satisfacía sólo a regañadientes, cuando algún periodista u oyente de sus conferencias se empeñaba en pedirle la hipótesis de una solución. A Castel le interesaba la cuestión del trabajo porque afecta al ser humano en uno de sus facetas centrales: su "estatuto de individuo".

En 2009 publicó El ascenso de las incertidumbres, libro que reúne textos publicados entre 1995 y 2008. Allí analiza los cambios que se produjeron en el mundo del trabajo en la Europa occidental desde el final de la Segunda Guerra Mundial hasta mediados de los años 70, a partir de la salida del capitalismo industrial y el ingreso en un nuevo régimen capitalista, al que Castel no da nombre, pero que en una nota al pie de página queda emparentado con el concepto de "capitalismo cognitivo" cultivado por Yann Moulier Boutang.

Castel se concentra en los tres sectores en que aquellos cambios son altamente significativos: la organización del trabajo, signada ahora por la desregulación y la precarización; la protección social, que cada vez cubre menos y de manera más asistencialista, y el estatuto del individuo. Según el sociólogo, la degradación del trabajo, tal como se lo conoció hasta la globalización, puede producir una degradación en las personas respecto de "su capacidad de conducirse como individuos íntegros dentro de la sociedad". "Ese estatuto de individuo está conectado estrechamente a la consistencia de la situación salarial, a la solidez del estatuto del empleo -explicó durante una visita a Buenos Aires-. Cuando ese zócalo se fragiliza, el individuo mismo se fragiliza y en el caso extremo, se anula." De todos modos, cuando se explicaba, Castel trataba de introducir siempre una nota de optimismo. Y había dado con una simpática verdad de Perogrullo: "Hay que ser realistas pero no fatalistas y no ver esta dinámica como un destino escrito en el cielo. Si bien es cierto que el futuro es incierto, eso quiere decir que también es incierto que vaya a ocurrir lo peor que podemos esperar".

FUENTE: lanacion.com