27 de marzo de 2013

LA SEMANA SANTA Y LOS POBRES

“¿Tú eres rey?”, pregunta Pilato a Jesús en un texto del evangelio de Juan que volveremos a leer esta Semana Santa. Jesús no lo niega, pero precisa: “Mi reino no es de este mundo”. Pilato, astuto, no se engaña, le dice: “¿Entonces tú eres rey?”. Una cuestión que es, más bien, un aserto. Jesús asiente: “Yo soy rey”. Esa afirmación le costará la vida. Sus acusadores aprovecharán para gritar que ello va contra la autoridad del emperador romano, por esa razón, y no sin intención burlona, pondrán la inscripción INRI en la cruz.

Pero ¿qué ha querido decir Jesús al sostener que su reino ‘no es de este mundo’? ¿Se trataría de un reino ahistórico, alojado exclusivamente en un más allá de nuestro tiempo? Según el testimonio de los evangelios, el reino está presente desde ahora entre nosotros, en ruta a su plenitud, incluso nos enseñó a pedir “que tu reino venga”. Jesús dice a Pilato que es rey, pero de un reino muy distinto al que el gobernador representa. No es mundano, no usa el poder para dominar y defender privilegios, sino para servir. Servir, ante todo, a los últimos de la sociedad, a los olvidados. Sin duda, se requiere de medios eficaces para transformar situaciones en las que no se respeta la dignidad humana y los derechos humanos de los más débiles; eso sí constituye un poder, pero, desde las enseñanzas del evangelio, deber ser siempre un poder generoso y humilde de servicio. No como el de “los grandes de este mundo” que “tratan despóticamente” y “abusan de su poder”. “Que no sea así entre ustedes”, les dice Jesús a sus discípulos (Marcos 10,42). Una advertencia hoy para todos, incluida la propia Iglesia.

Hacer memoria de la muerte y resurrección de Jesús debe ser una ocasión para respirar a pleno pulmón y experimentar el don de la vida que celebramos en estos días. No nos dejemos ganar por el escepticismo frente a la necesidad de cambios personales y a la posibilidad de construir una sociedad justa y humana, en la que todos tengan un lugar digno y justo. Aprender a estar alertas frente a todo tipo de maltrato y discriminación, y ser conscientes de la parte de responsabilidad que nuestra dejadez y repliegue culpable sobre nosotros mismos pueden tener en esos hechos, son condiciones indispensables para un cambio. Al renovar nuestra esperanza en el misterio pascual que celebraremos muy pronto, renovemos igualmente la capacidad de estar atentos a todo lo que vulnere a los seres humanos, imágenes de Dios para un creyente, por quienes Jesús entregó su vida.

El papa Francisco acaba de decirnos que sueña con una “Iglesia pobre y para los pobres”, para eso necesitamos, como lo ha dicho también, reconocer que el auténtico poder de la Iglesia consiste en servir a los pobres. ¿Estamos, como cristianos y como Iglesia, dispuestos a morir a nuestras propias ventajas y a ciertas consideraciones sociales por solidaridad con los más pobres, en los que encontramos a Jesucristo, muerto y resucitado por todos? Si no es así, aunque hayamos pasado por la Semana Santa, ella no habrá pasado por nosotros.

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