7 de enero de 2012

"LA EPIFANÍA DE ALAN GARCÍA", UNA CRÍTICA A SU ÚLTIMO LIBRO

Vio la luz. “[…] los Nostradamus que anuncian la crisis están equivocados”, le ha sido revelado al ex presidente Alan García, como atestigua en su más reciente libro “Contra el temor económico” (Planeta, 2011). No se entiende exactamente a quiénes se refiere; bien podría ser a economistas de la talla de Nouriel Roubini, Tyler Cowen, Dean Baker, Joseph Stiglitz, Jeffrey Sachs, Kenneth Rogoff o Paul Krugman, ninguno de los cuales es citado en su obra.

Contrario a lo que han venido alertando ellos y otros más, “hoy se abre para la humanidad creciente un nuevo capítulo científico, productivo y de consumo, una extraordinaria oportunidad de crecimiento con más bienestar y justicia social […] los desequilibrios que sufrimos son los dolores de alumbramiento de una nueva economía que se abre paso”. Dadas las circunstancias, esta obra debió haber sido publicada en Europa o tener una versión de bolsillo para los ‘indignados’ de todo el mundo que –seguro por capricho– convirtieron al 2011 en el “año de la protesta social”.


DUDOSO ENTUSIASMO
La tesis central del libro sostiene que el mundo atraviesa un bache insignificante dentro de una avalancha de progreso y desarrollo económico que se reactivará “en el segundo semestre del 2013”, refiere el ex presidente con precisión milimétrica. Esta afirmación es sustentada en la primera mitad de la obra, que por partes pareciera un libro de autoayuda escudándose en refranes poco profundos como el clásico de Franklin Delano Roosevelt: “Lo único a lo que debemos temer es al temor mismo”. No al hambre, no a las burbujas financieras, no a los efectos de sobreendeudamiento, no a la devastación medioambiental. Solo al temor.

“Es cierto que vivimos algunos desequilibrios en la economía…”, dice García en lo que podría ser el mayor eufemismo del libro, pero “Jamás la humanidad ha tenido, como ahora, una economía tan productiva tecnológicamente y una ciencia tan desarrollada”. Como comprenderá el lector, esto es una obviedad si se asume al menos algún tipo de progreso incremental en la historia. Es curioso que no se haya percatado el autor, en cambio, de que el progreso tecnológico y científico se ha ralentizado en las últimas décadas. Aunque hoy nos entusiasmemos con la Internet y las redes sociales, no son ni remotamente tan transformacionales como lo fueron la electricidad, el motor de combustión o los fertilizantes.

En cuanto a la economía, hablar de “algunos desequilibrios” es, por decir lo menos, ingenuo. Europa hoy no encuentra la manera de crecer y está al filo del hoyo. Estados Unidos ha acostumbrado a sus consumidores a tener estilos de vida que no pueden pagar, salvo que se financien con una tremenda burbuja como la que estalló en el 2008. China piensa que va a seguir expandiéndose a dos dígitos a punta de inversiones de capital cada vez más ineficientes, y cuando descubra que no podrá hacerlo –o si se le descontrola la inflación–, enfrentará protestas sociales sin precedentes. Los latinoamericanos seguimos creyendo ilusamente que estamos blindados y no hacemos nada significativo –como no lo hizo García– por reformar nuestros estados inoperantes.

Además, el autor descarta como irrelevantes tendencias verdaderamente peligrosas como el envejecimiento de la población mundial, la fragilidad del sistema energético, los efectos del calentamiento global, el encarecimiento de los commodities alimentarios o la insostenibilidad de los estilos de vida, en muchos casos minimizándolas con cifras que no sustenta con ninguna fuente (solo dice que son “bastante conocidas”).


EL PERÚ QUE QUEREMOS
Luego, en la segunda parte analiza la situación del Perú y los resultados de su gobierno. Las cifras que presenta son verdaderamente espectaculares, y es una lástima que se hayan visto opacadas en su mandato por escándalos como el de los ‘petroaudios’ o su cuestionada filosofía del perro del hortelano (que no menciona una sola vez en la obra, aunque en cierta medida la justifica). Si nos ceñimos a lo económico, sería mezquino no reconocer los grandes avances de su gobierno, más allá de que haya tenido el viento a favor por el superciclo de los commodities mineros.

García hace también una introspección sobre los obstáculos que ha enfrentado el país en su historia, enarbolando por momentos teorías poco convencionales (“Vivimos aún la conquista como un acto de ruptura y de violación, con reminiscencias psicosexuales en las que el extranjero barbado y dominante representa la dictadura del padre cruel y ausente”). En un punto se refiere al final del gobierno de Velasco Alvarado y dice: “Era la oportunidad de mostrar al país cuán negativo era el estatismo”. Pero en lugar de asumir su responsabilidad por no hacerlo (y, de hecho, reforzarlo en su primer gobierno), salta olímpicamente al gobierno de Fujimori, al cual solo critica tibiamente. De hecho, nunca se refiere individualmente a su primer gobierno; siempre lo apareja al segundo de Belaunde (“Se dejó a los dos gobiernos siguientes…”) y los presenta a ambos como víctimas de las circunstancias.

Resulta irónico el reiterado uso en el libro del argentinismo pasatista, que según el diccionario de “El Clarín” significa: Que entretiene de manera frívola. Como García mismo reconoce, “Quien espera milagros generales e inmediatos no aportará una solución, solo traerá un mayor problema”. ¿Qué sentido tiene buscar soluciones si lo único a lo que hay que temerle es al temor mismo?

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