4 de agosto de 2011

DESPERTANDO AL LEVIATÁN

Luego de la Segunda Guerra Mundial y la crisis de los países europeos surge una reinterpretación del papel del Estado ante este nuevo panorama internacional; la expansión ideológica del Neoliberalismo a nivel Mundial trae como consecuencia la creencia de que el Estado simplemente debería ser un ente guardián y supervisor del normal desarrollo de su sociedad creando climas internos de estabilidad y garantía a las inversiones extranjeras, que, según esta percepción, serían los únicos vehículos para el ansiado desarrollo del Estado en cuestión.

Hoy en día, esta posición minimalista del Estado deja de ser una realidad, como lo ejemplifican polítólogos como Peter Evans, el Estado tiene y debe tener un papel mucho más activo en materia económica que garantice el mayor desarrollo financiero y progreso social (conceptos muchas veces usados como sinónimos). Por consiguiente las recetas impartidas por el Consenso de Washington que reclaman una actitud pasiva del Estado en términos financieros, hoy en día entran en el debate de la ciencia política. No se puede entender un desarrollo del Estado sin una participación del mismo en él.

Pero para que este Estado juegue un papel realmente protagónico en su propio desarrollo, debe tener ciertas características que lo hagan, en cierta medida, inmune a la intervención y crítica de las posiciones ortodoxas que hasta el día de hoy lo ven como un simple aparato de trámite de sus inversiones. Estas características o rasgos institucionales distintivos de un Estado deben ser: a) Una burocracia con tradición, es decir no un conjunto de trabajadores administrativos que llegan a ocupar un cargo público por su cercanía o simpatía con la autoridad gobernante de turno, sino un sistema estructurado de burócratas con formación técnico-profesional en el aparato del Estado y meritocrático; b) Intervención estatal en actividades que puedan controlar, el nacionalismo y estatización afiebrados y dictatoriales no hacen más que recargar las arcas estatales de gastos y en muchos casos generan pérdidas millonarias, un Estado desarrollista debe saber en que intervenir conociendo sus propias limitaciones y fortalezas; c) Competencia con el sector privado, el Estado debe obligar, mediante inversiones, compra y venta de valores, etc., una mayor inversión y reinversión de las empresas privadas en el propio Estado de tal manera que se genere mayor competencia y consecuente desarrollo ; d) Erradicar la corrupción, a pesar de ser un problema permanente y de muy difícil solución, una alternativa a este problema sería proporcionar a los empleados públicos mayores incentivos que los mantengan satisfechos con su situación económica y se rehúsen a aceptar cualquier tipo de arreglo “debajo de la mesa”; e) Relación estrecha entre el sector público y privado, está comprobado que un proyecto nacional compartido entre un muy buen aparato burocrático y unos organizados actores privados pueden elaborar planes en conjunto que beneficien a la sociedad; f) Articulación de la burocracia con la sociedad, la creencia de que la burocracia es una élite “superior” al pueblo y que debe ser tratada de forma especial debe de ser dejada de lado para dar paso a un burócrata mucho más cercano a su realidad (si es de la misma zona geográfica, mucho mejor) ya que quién mejor que una persona propia para saber los problemas reales a los que se va a enfrentar como autoridad pública? Esto debe ir de la mano con un respeto total a las diferencias raciales y culturales que puedan existir, especialmente en un país como el nuestro por su carácter multicultural y plurilingüe. ¿A caso no se sentiría más cómodo y con más confianza un poblador conversando en su mismo idioma o dialecto con la autoridad que lo atiende? La confianza es la base para que el aparato burocrático se acerque más a la sociedad que lo circunda, la desconfianza trae como consecuencia los conflictos sociales que, con una adecuada prevención a este nivel puede evitar grandes problemas sociales.

Estas características nos muestran que el Estado debe de dejar de ser mínimo, debe de asumir, le guste o no le guste, su papel como protagonista del desarrollo industrial, en países como los nuestros. Ejemplos claros están en el Este Asiático (Japón, Taiwán y Corea) que a pesar de salir de guerras externas como internas pudieron hacer relanzar sus aparatos productivos industriales y hoy en día se disputan los primeros lugares en desarrollo y crecimiento mundial. Países como la India, o más cercano Brasil, comenzaron muy bien su despegue teniendo éxito en ciertos sectores y períodos, pero no supieron darle continuidad ni consistencia, en parte por su débil aparato burocrático. Una actitud minimalista del Estado nos acercaría a ser el nuevo Zaire en América Latina, un Estado donde todo se compra y todo se vende, por los simples leyes del mercado (oferta y demanda) y donde el Estado es simplemente un mercader que ofrece todo al mejor postor trayendo las consecuencias sociales, económicas y políticas que hoy vemos en el África.

Los Estados, incluido el nuestro, que aspiren al desarrollo económico y progreso social, deben tomar una actitud más participativa en la esfera económica, pero no deben de intentar hacer todo, sino en lo que realmente tiene capacidad para hacer, y esa es la clave para dar el siguiente salto al primer mundo: una mayor capacidad de seleccionar en qué somos buenos como país y en que les podemos ganar a las demás naciones. El reto de nosotros como país es vías de desarrollo es tener un Estado no generador de problemas, sino impulsor de soluciones viables, eficientes, eficaces y pertinentes.

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