25 de mayo de 2011

LA CANTUTA

A propósito de la segunda vuelta electoral, en la que compite la candidata del clan durante cuyo mandato se produjo la masacre de La Cantuta –uno de los crímenes más mordaces de aquel régimen–, viene al caso refrescar la memoria de algunos lectores que quizá no tengan tan presente aquel fatídico suceso. Es necesario recoger los testimonios acuciosamente documentados de semejante barbarie, perpetrada por la extinguida dictadura que hoy, apenas algo maquillada, amenaza con volver al poder.

La tenacidad y valentía de un puñado de periodistas, fiscales y políticos permitieron sacar a la luz una de las horrendas vilezas de los que, con el pretexto de combatir el terrorismo, asesinaron a compatriotas indefensos.

Raida Cóndor, madre de Armando, Gisela Ortiz, hermana de Luis, y los demás familiares de las víctimas de La Cantuta consiguieron extraer energía de su dolor y afrontar durante largos años las intimidaciones provenientes del poder de turno hasta conseguir que se descubra la cruel verdad y se haga justicia.

El periodista Edmundo Cruz reconstruyó con incisiva claridad cómo se tejió la malla mortífera, cómo se diseñó un sistema perverso dentro del aparato del Estado, que solo es comparable con los más negros totalitarismos. Cruz dejó claramente establecida la estirpe facinerosa de casi toda la estructura del poder de entonces. Los ejecutores actuaban con una sensación de entera impunidad, avalados por la complicidad (activa o pasiva) de los que acompañaron al personaje finalmente condenado a 25 años de prisión. Se sabían parte de una argolla poderosa que les cubría las espaldas. Esta no solo se encumbraba en las altas esferas de las Fuerzas Armadas, no se circunscribía a Fujimori y Montesinos, sino que incluía también tanto a subordinados parlamentarios como a periodistas de subsidio que pintaban de rosado el escenario ensangrentado. Debemos recordar que en el vergonzoso Congreso Constituyente, varios de los actuales líderes del fujimorismo recurrieron a inverosímiles artimañas para procurar la justificación de lo indefendible para los peruanos de bien.

Es fundamental honrar la memoria de los jóvenes y del profesor Muñoz, secuestrados y aniquilados en un descampado, pero también estar alertas ante el peligro del regreso de los lobos disfrazados de ovejas. Hasta la fecha los artífices del horror han conseguido asustar a muchos compatriotas que han olvidado quiénes son los que sostenían que las disidentes del servicio de inteligencia se habían autotorturado, que los que brindaron pistas para hallar las fosas en Cieneguilla eran senderistas y que en suma los que defendían los derechos humanos eran cómplices de la subversión.

Qué alivio, en medio de la fatalidad, que personajes tales como Edmundo Cruz, Ricardo Uceda, José Arrieta, Henry Pease, Roger Cáceres, Francisco Soberón, Víctor Cubas –para tan solo mencionar a algunos– estuvieron presentes en el momento preciso, esparciendo dignidad sobre nuestra mancillada honra. Y qué privilegio que contemos ahora con el coraje y la nobleza de nuestro Nobel, que alza su voz ante el mundo para denunciar las atrocidades que recaen sobre nosotros.

1 comentario:

Anónimo dijo...

JAMAS HUBO MASACRE TODOS ERAN TERRORISTAS SOY UNO DE LOS TESTIGOS DE LA FORMA COMO ACRUABAN ESTOS DELINCUENTES EN ESOS TIEMPOS CUNDO YO ERA ESTUDIANTE