21 de diciembre de 2010

URBI ET ORBI

En Navidad –palabra que proviene, como todos saben, de natividad, o sea de nacimiento- se celebra fundamentalmente el origen de la vida, la promesa del triunfo de esta sobre la muerte; la alegría acogedora, familiar y amical de tal acontecimiento. En Navidad se renueva la voluntad de proteger la vida incipiente de una frágil criatura recién nacida y acompañarla hasta su madurez.

Los contenidos simbólicos de esta fiesta, ligados al cristianismo y en especial al catolicismo, no agotan su significado en la religión, por eso se ha convertido en una celebración mundial en la que participan mayorías, incluso en naciones donde los cristianos son minoría.

La vida es el valor que sostiene lo mejor que ha ido construyendo la humanidad, y entre ello se encuentra, sin lugar a dudas, la Declaración Universal de los Derechos Humanos y las instituciones internacionales que velan por su cumplimiento, las mismas que permiten sancionar los crímenes de aquellos que sobreponen valores, tales como logros ideológicos, nacionales, económicos o materiales, al de la vida de aquellas personas que, según su prejuicio, obstaculizan esos logros.

El largo debate entre fe y razón en el seno de la Iglesia ha sido la plataforma sobre la que se ha sustentado la civilización, y el dique que ha contenido a la barbarie del fanatismo, si bien hay que aceptar que ha tenido sus luces (como la teología tomista que supo absorber lo mejor del realismo pagano de Aristóteles o el Concilio Vaticano II), y sus sombras (como la sonsa negación del heliocentrismo de Galileo o el deplorable manejo de la corrupción de menores que la infectó).

Es bueno que la Navidad nos recuerde eso, que ese niñito pobretón, perseguido por el tirano Herodes, que lactaba del pecho de su madre mientras olía la bosta del burro y del buey, cuando ya crecidito se convierte en el Cristo, en el Enmanuel, en el Mesías tan añorado por el pueblo judío, manifiesta públicamente que Él es la Vida y que también es Dios. Es bueno que nos recuerde que la vida es digna de adoración.

Quiero, con esta breve reflexión, desearles una feliz Navidad, que se llenen de paciencia ante el tráfico infernal y la neurosis generalizada que produce la necesidad de apertrecharse de regalos para este ritual de reciprocidades, que es más antiguo aún que la misma Navidad; que logren la paz, que mantengan la alegría, que adoren la vida.

Por: Eduardo Lores

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